miércoles, 1 de enero de 2020

Noche

Ya se ha hecho de noche una vez más
en el agónico día del hombre.
El acero llueve sobre la ciudad.
Desde un cielo que todo lo consuela
con miradas de aguas oscuras,
resbala por las fachadas de cristal
una antigua lágrima,
que deja en el vidrio de humo
una huella sucia y opaca, otoñada de tiempo.
Su pasado mineral alivia a proscritos individuos,
que desde sus corazones solitarios duermen
el merecido descanso de excelsos dioses,
día a día derrotados por la soberbia
y el amargor crudo de lilas amarillas.

Hay un hombre ciego en todas las esquinas,
con un candil de oro apagado en cada mano.

Uno

Uno anduvo de cabizbajo para convocar poemas
como pudo andar de pobre para arañar limosnas
luego de rituales turbios bajo noches brujas.
Uno de burgo a merindad
reciedumbre a cada tranco
levitó en vapores de humedades maniguas.
Acortó los pasos por toberas tránsitas
ceñido a los carpos que troquelaban a golpes
del dígito los noctámbulos versos.

Y Uno seguía hipnotizado el curso de la poesía
evocando que desde la soledad se construye
el textual páramo donde mora el sueño.
Y Uno se quedó ámbito y secuela
y nadie le avisó
de que manzanas y duraznos
se fueron imponiendo
a los frutos de su boca
y ya no recuerda el sabor de los besos.
Y como si solo o Uno hubiera
gira la cabeza por si le llamara
la voz que mejor le ignora.

Costumbre

Estar al acecho
al final y también al inicio de la palabra
allí donde confluye el ánimo
y el nombre discontinuo de las cosas
y el nombre del murmullo
y el nombre de los nombres
que a su vez van nombrando
el curso de las cosas.
Y una vez señalados los lugares
por los que cursa
el habitante normal de la vida
ser nadie ser nada una abreviatura
el censo donde se tensa el ánimo
y la casa donde hay templado hogar
y el hogar donde se enciende
el patio solar de las reuniones
y los besos inclusos los abrazos
y un cuerpo deseado y amigo
en las plazas donde estalla
un aplauso general contra la costumbre.