
....Piluca
duerme una siesta matinal sobre la roca, dorándose de sol, mientras a su alrededor
se congregan estrellas de mar, erizos de mar, caballitos de mar, medusas de mar
que salen del agua (miento: las medusas y los caballitos son faunas
estrictamente acuáticas) y trepan a su bañador, igual que ella trepó antes a la
roca. A Piluca, el bañador se le repliega y entremete en la raja del culo,
dejando al descubierto, sobre la pelvis, una franja de piel blanca. Ahí
precisamente, en esa franja, se ha posado una estrella de mar, alargando sus tentáculos
con esa pereza entumecida de los invertebrados. Piluca, creyendo que nadie la
espía, se ha levantado el elástico del bañador para que la estrella de mar
pueda visitar su coño. La estrella de mar levanta un tentáculo, con extrañeza o
timidez o misoginia, y avanza hacia el pubis. Piluca la empuja, y una vez
dentro, suelta el elástico. La estrella de mar se revuelve en su ratonera y
embiste sobre el bañador; finalmente, cuando comprende que no hay escapatoria, se
hunde en el coño de Piluca, tan parecido a una gruta submarina, y clava sus
brazos como puñales en el clítoris, sus brazos de carne fofa que, a medida que
entran en el coño, van suscitando orgasmos que mojan el bañador con un agua aún
más salobre que la del mar. Piluca gime, palpitante de placer, y agarra a la
estrella de mar del quinto tentáculo cuando ya los otros cuatro navegan por los
océanos interiores de su coño, y se masturba tironeando de ese quinto tentáculo,
y siente el desgarramiento dulce de los otros cuatro que bogan en el interior
de su cuerpo, ramificándose como latidos. Piluca, ahora que se cree a salvo de miradas
indiscretas, pierde esa impasibilidad de virgen sáfica, y se deja auscultar el
coño, se deja acariciar los labios, y gime, y aúlla, y dice guarrerías y
palabrotas. La estrella de mar, con tanto arrechucho y vaivén, sale de su coño hecha
un guiñapo, mareada de jugos y trompas de Falopio. Piluca la arroja al mar,
indiferente, como quien arroja un desperdicio, y se mete un dedo en el coño, y
después se lo huele. Piluca frunce el morrito, como si sintiese asco de sí
misma.
-Juan Manuel de Prada-