domingo, 19 de julio de 2020

Arden

Arden los pétalos, las perdidas, las barbas azules y marrones de los abandonados, el maíz de los solitarios, arde el pelo de los atrevidos y la calva de los crucigramas, las cañas de los veladores y el árbol de los sin sombra. Arden los ojos cerrados en los pasillos romos del Metro, los poemas de Gamoneda y las semillas calientes de la lengua. No arde el mar de Gimferrer pero arden las arenas de Cernuda y los poemas de agua de Celan, arde la noche y el piso desde el que muere y agoniza un libro que no arde. El verso. No soporto el miedo. No soporto el agua sucia. Este país. Aquel que se cruza de brazos. Aquel. Arde el amor. Amo el fuego. Tu pie descalzo caminando por el mármol frío. Las claraboyas. Las mirillas alcahuetas de los besos. Hasta parece que te quiero. Hasta parece que ardes. Arden las ausencias. Y sigo siendo de carne a pesar del fuego. Mis manos. La mentira. Hay cuerpos caídos en las huertas, abrazados a cinturas de agua, a hilos sinuosos de agua que riegan los árboles sin fruto de la muerte. Arde mi pene como una vela encendida a los milagros. Aquel que me mira sin ver.

viernes, 17 de julio de 2020

Siete por siete

Anochece. Debajo de la piedra una familia de gusanos es feliz. La puerta guarda su carcoma y nadie levanta la voz. Un hilo de barro drena las costuras, invade las huertas. En los cristales dejo mi ojo, también mi esperanza. Miras en la niebla. A veces se multiplica el dolor. Otras se resta. Debajo de la barbilla oculto un reloj y si mastico no vendrán vencejos ni heridos ni vencidos, ni ala. Toda la historia ha sido escrita contra el vestigio, brizna de los trabajadores: su frente fue pisoteada. Su sal era estiércol. Me bajo en la próxima. Aún las olas creen en Dios, y llegan a las orillas de las playas cargadas de cántaros. Ah!, Anne Carson recibe un premio de la burguesía. Nos premian siempre ellos. Es bonito rebonito sentirse admirado y reconocido. La belleza se estrella contra el poder. Todo terreno es secarral y todo avión es ruido. Desde aquí hasta África todo esclavo busca su libertad. Mi mano te toca pero tú estás muerta. Mi mano te toca y eres abismo. Se abre tu piel. Se abre tu sexo. Te abrazo y alrededor de ti y de mi un millar de hormigas nos protegen: el ácido fórmico, el orégano, aquellos orgasmos bajo la falda, en una jaula el falo de los barrotes y el aire de las hendiduras. ¿Qué quieres? Si sabes algo cuéntaselo a los almendros. A los robles. Amo tu boca cuando come relojes. Si no sabes nada dímelo a mí. Yo que soy agua. Siete por siete suman diecinueve. Hoy.

Escucha

Tú escuchas lo que se dice en el despacho donde se reúne el enemigo y te ofendes, te escandalizas, se te desgarra la piel que usas para amar todos los días, y el alma de llorar que usas por la noche. Pero tú vives lo que se decide en esos despachos desde hace años, lo que te hacen a ti y lo que nos hacen a todos, y lo vives con cierta "naturalidad". Te levantas de la fosa cada día y acudes casi vivo al trajín de tu sangre. Lo hicieron tus padres y tus abuelos. Es un dolor acostumbrado. ¿Por qué conocer los detalles de lo que se dice en un despacho, a tus espaldas, para acabar contigo lentamente y de forma organizada, como así ha sido siempre el comportamiento del aparato del Estado y sus despachos, ¿te hace tan sensible? ¿De qué desgarro que no sabías te abres las vestiduras de la piel, las del alma? Conocer la trama donde oyes los detalles de cómo el Estado confabula contra ti, ¿te produce morbo? ¿Te sientes importante al oír cómo el enemigo da nombre a tu dolor, lo clasifica, y lo codifica y te hace cadáver? No hace falta constatar a través del audio, que tu oreja siempre supo escuchar. Lo sabes. Lo sabemos todo del enemigo, sin entrar en detalles. Tenemos dignidad sin necesidad de que ellos la pongan en duda. Por tanto una conversación conspiratoria contra la vida que llevas, no debería añadir nada a esta soledad de paria triste, incapaz de correr la cortina que muestra el rostro horrible de la fiera. Tu impotencia necesita el pulso templado de la vida, pues como dijo aquel que un día amó a Frida Kahlo, las revoluciones son momentos inspirados de la historia. Y si un día decides que no puedes más, cuenta conmigo y nos echamos al monte, en busca de otras tribus.

Emulando a Tarzán

Si compartes sofá con un tigre
cuantos sofás son necesarios
para entender la lenta agonía
de unas rosas rojas
en un jarrón metálico y formal
sobre mármol lunense
traído de unas canteras ilegales
cerca de Perales de Tajuña
a las doce de la mañana
cuando un sol radiante entra
por la ventana y al fondo del paisaje
se ven unas hermosas
y cristalinas cataratas.

Sostener la mirada al tigre
cuando este ponga
su descomunal zarpa
delante de su cara
y mantener el cuerpo recto
contra el respaldo del sofá
mientras el periplo de selva
de la fiera se desliza lento
a lo largo de su espalda
como una liana de raíces trenzadas
balanceándose en el fondo
brillante de los ojos del felino.

Y dos: Si usted es un buen observador
podrá comprobar que una gota de agua
nunca intentará traspasar el cristal
ya que según su código genético
esta acción invasora es considerada
una redundancia. Deslizarse por tanto
es la manera culta aprendida por ella
a lo largo de los siglos
para adaptarse a la caricia
que usted siempre confundió con el miedo.

Te quiero

Azules y grises van los olvidados. Otras son rojos si no se distraen, o van libres si el mar se hace amigo y la corriente verde de los ríos los arrastra. Mira cómo la deriva es parte del abordaje, pero también de la nobleza del poder irse a pique con la cabeza alta para acortar la soberbia de las profundidades. Su contundencia a veces te obliga amar para poder vivir. Las tablas de salvación siguen rutas o derrotas inventadas.