Ese hombre que ahora se repara ante el espejo,
al instante siguiente se resquebraja en el azogue.
Su mano nerviosa aparta del cristal
una húmeda y sedosa nube
que dejó una pátina de vaho
en su extrañada mirada.
Ese hombre empieza a preguntarse
quién habita en las espaldas desiertas
de la plata derretida del espejo
y que desde su cálida mirada
ha comenzado a acariciarle.