Relojes de agua llamados clepsidras,
pantanos del hombre llamados fracasos,
el diluvio del vano que nunca regará
las huertas blancas de Babilonia.
Cae lenta la noche en una plaza muerta,
empezó desde la piel
y atravesará la luz de los huesos
donde el alma se prende y descansa.
Escribo, veo fotos, el libro es un árbol.
Amparado en la oscuridad soy sordo y fuerte,
el verso es agua
y sobre el papel navega el lápiz.
Y en los jardines mansos
y en el agua de rosas
penetran los dedos flácidos
en ellos cabe la lúbrica viscosidad del deseo.
Hoy que las madres llevan flores muertas
en la cintura, en los hombros,
y por las calles bajan con un grito
en la frente y una voz de sal en la boca,
mineral y oasis saben a madreselva
las trabajadoras.