Hoy una Huelga General es un pacto de amistad y buena concordia. Es una huelga educada. Es esa ponderación que se les pide a los obreros, que deben tener, imitadores exactos de los defectos bellos de la burguesía. La escolástica, joder. La escolástica. ¿Que no les enseñamos en nuestras escuelas modales suficientes?
Incluso pareciera que el sistema, o los empresarios (¿no es lo mismo?) necesiten una huelga para identificarse con sus explotados. Tú me haces una huelga y yo te descuento el día. Se acoplan. Se unen, se desean. Y vuelta a empezar. Hay amores que no matan. Y explotados y explotadores se extrañan. Se quieren. Mañana todos a la huelga. A ese onanismo de trabajadores tristes. Solitarios. Incapaces de follarse a Dios.
Una Huelga General, tal como está el patio de las emociones melifluas de los trabajadores, tendría éxito de la manera siguiente: todos los jueves que Vallejo cifró como precisos para miércoles estáticos e incómodos, (¡Oh alma! ¡Oh pensamiento! ¡Oh Marx! ¡Oh Feüerbach!) huelga general. Voy a repetirlo, por si me enredé de rosas trepadoras: TODOS LOS JUEVES, HUELGA GENERAL.
¿Por qué un jueves? Porque es nuestro. Porque forma parte de nuestro tiempo de esclavos y de trabajo. Y de dudas metafísicas. Porque está en medio de la semana y no levanta sospecha: "estás en el medio, como los jueves". Y porque necesitamos un jueves primordial. Lo dice Vallejo.