este ser hizo pesas
se puso fuerte
y en adelante le llamaremos
Goliat.
Por diversas rarezas
que a la sazón le fueron dados
como objetivos
fáciles:
talleres de literatura, alguna autoedición,
talleres de literatura, alguna autoedición,
o alguna performance, una
plaquette,
creyó que podría ser poeta.
Y se puso a ello con la ilusión de
un viejo vate
de aquellos que en un romántico
tiempo pasado
llevaban armas o revólveres en la
cintura
en el sobaco, junto al bolsillo
del bolígrafo,
llamado por algunos bolsillo
intelectual
por la cantidad de tinta que
soportaban
estas faltriqueras sobradas de
balas
que sabían defender un poema a punta de pistola.
Mas se equivocó. No era eso.
Sus primeros versos escritos en
una noche vulgar
donde no colaboraron las musas,
ni había estrellas ni melancolía
ni cielo encapotado que prometía
lluvia,
decían así:
“amanamano
cristal tal vez
de murano,
de murano,
tal vez distintos días
para los estragos o los estrados,
para los estragos o los estrados,
qué fácil
resulta esto
de escribir, a pesar de los
pesares,
a pesar de aquellos imbéciles
sacerdotes
que relacionaban honradez con
ignorancia,
predicaban,
tal vez pensando con el cerebro de
reptil
-que aún todos portamos cerca de
la nuca-
que en la sabiduría todo es
malicia”.
Y cuando quiso poner punto y final
a todo este
panorama lírico-mordaz, fue tarde:
resulta que triunfó, publicó, se
afamó,
fue feliz, le dio un infarto.
Cacho cabrón dijeron los amigos
cacho mamón exclamó la editorial.
Y unos energúmenos frailecillos
con alas de ángel negro
le llevaron en volandas hasta unas
huertas cercanas
donde amigos verdes de ecología
poética
depositaron sus cenizas
para que se alimentaran de él
las higueras los cerezos y un
solitario nogal,
a la vez que gritaron tres veces:
¡¡Goliat!!, ¡¡Goliat!!, ¡¡Goliat!!