Déjame un pezón de tu pecho para afinarlo,
que su temple tiemble liviano entre mis yemas,
¿no tendrás nunca un pezón que yo temple
contra el yunque de mi cuerpo,
en la fragua de tu sangre,
al fuego de un viejo deseo?
Un pezón que cicatrice entre mis labios,
que a mi mano coronado suba,
que mi lengua lo humanice eterno
dándole el perfil fotogénico de la uva
y que madure lento en mi boca
intacto de penumbras.