el velívolo sexo que cubre con
su vello,
entre los acogedores muslos,
tu húmedo horno
donde dulcemente es endurecido
el barro de mi alma,
que en la noche
(tiene otros horarios más perfectos)
te penetra.
Generosamente agónica lo amasas
y el éxtasis venial
redondea con excelsa lentitud
una felicidad de pecado mortal
de necesaria y perentoria solicitud:
dámelo ya.