miércoles, 18 de noviembre de 2020

La lectura es sal y el libro humo

Yo soy la inocente que mató a otros
y después enterró sus cuerpos en minas de sal
a golpe de pala almacené versos en estantes
y estantes de olvido. Subían hasta el cielo los estantes
y bajaban ardiendo los libros. Quedó con ello
conservado para siempre el dolor y la muerte.
También enterré en aquellos sacos de sal
a poetas y poetas la biblioteca entera de tantos
buscadores de versos: a Chantal Maillard a Platón
y los metales pesado de Marzal y sus cojones duros
al poeta de la levita y a la de las bragas de cristal
a traperos y albardas y así fue
como convoqué el verso y del fuego una llama
y del abrojo una vena: la sangre es muda.
Y todo fue humo. Y la sal lengua.
Ahora en pequeño formato tal vez en urnas
o copelas de cristal probetas creo
guardo las cenizas. Venid a por ellas cobardes.

Las escondo y sé qué escorias
dentro las manos sufren el contacto alacrán.
Brilla el filo azul y afilado en seda de una uña 
que sangra señalando el sur fálico y vaginal
donde se produjeron las incineraciones. No acudas.

Hay un relincho de caballo a yegua y un grito de loco a risa
de mudo a mazmorra y de letanía a principios
y todo el que en el mar penetra se vuelve azul
y unos días más tarde muere solo y olvidado
de algas y peces satisfecho.

Lo encontraron como ahogado pero era pertrecho
también apero y un poco de andrajo.

De "Poemas hélicos"