Quererte a ti es asumir tu ausencia,
ese espacio en el que no estás
y sin embargo persiste en él
tu cuerpo
y el recuerdo de tu sombra
en un escorzo
tan liviano y frágil
que de él me llega
lejano
el aroma que desprendías
cuando excitada rogabas:
no te vayas.
Amo tanto la vida que sería inútil desprenderse de ella
sin dejar un rastro de miedo sobre las duras
piedras de la calle
y allí donde nadie espera que uno caiga
allí precisamente
escribir los mejores versos
apoyado sobre la mesa de madera
mojada por el vino derramado.
Y allí al calor tibio y feliz
no por casualidad
el pan y la sopa es gratis y está caliente
por lo que he decido escribir escribir
porque puedo estar mejor
y fumar tabaco y beber café.
Ahora depende de vosotros
que tenga una cama limpia y unas mantas
el resto será responsabilidad del verso
y unas cuantas hojas de papel
grapadas con energía y optimismo.
Así se va escribiendo la poesía
y se endereza el rumbo de la vida
y los árboles vuelven a crecer
torcidos como siempre
a pesar de los reglones mansos de la vida.
Ella me nombra azul
y cal y sombra
pierna mano y oreja
parpados de ojos alegres
o toca mi vientre
y me pone en el pelo
el nombre de una letra
que fue encontrada por un árabe
bajo la arena del oasis
y con esa letra va desplegando
sobre el papel de mi rostro
los nombres de aquellos que la amaron
mientras me besa y escribe
en las pentágonas caras de la noche
líneas y trazos que sigue con el dedo
como se camina un surco en la tierra
diciendo para amarme
el nombre
con el que antes nombró a otros.
Es hermoso
reconocerme entre sus brazos
recordando ternuras que recibió de tantos.
Y yo le susurro al oído:
“Quiéreme por todos los hombres
que te amaron.”
Cada uno de nosotros lleva dentro una solución,
una alternativa a las cosas diarias de la vida.
Una alternativa que siempre pierde por mayoría:
la suma, la implacable suma de cada uno de nosotros.