Presa de un halito
un vaho
separé primero
tu carne de mi cuerpo
y luego
mi nombre
entró en tus venas
cálido
como un secreto antiguo
¿dónde merodeo
cristalina sombra?
apenas fue encendida
tu carne por mis dedos
su luz
hilándonos
con besos
los pasos perdidos
caminamos hacia dentro
de un nuestro mi amor
son los otros los otros
que se acarician con milagros
y miradas
y quedan frágiles en nuestra risa
en nuestros ojos
su vuelo su huida
la hoja de este otoño
sobre tu pubis de plata
sereno como el último eslabón
que en la noche numera las veces
que caímos como provocados
en una siesta
de muslos entrelazados
de cabellos húmedos
los gesto de los otros
incitándonos
a ser envidiados
llegan a tu dolor salivas
de mis labios
que reconocen
una miel impura
deslizándose
y abriendo tus muslos
me ruegas un perdón
más allá de todo alivio
pecas
y ríes
a la vez que una lágrima
se derrama
agrandando
tu
ven
verás que yo no soy un hombre y que nunca tuve nada que ver
con ellos
fue casualidad que arrastrara
esta piedra
el bronce de un músculo
agresivo
y tétrico
ni un millón de años serán capaces de apartar de mí
tu nombre
lo llevo azul o templado entre mis dedos y mi lengua
perdonado y uncido
como una dulce venda
atándome
a tu corazón
que tiembla
estremecido
y es desde los cuerpos
desde ellos precisos
desde ellos tan sólo
sin un argumento
apenas la espera
remedia esta angustia
de ti
pero tuve ese silencio que precisan las flores
para dar su perfume
a una hora exacta
que los enamorados desconocen
pero de la que se aprovechan
encelados
con la venganza de un aceite
derramándose lento
sobre la carne
su palpito de luciérnagas
su luz
el brillo en la piel
amiga
ven
si crees que aún suena
una voz oculta
en la nieve
en el miedo
a ser conocida
donde nadie se atreve.