Apareciera yo sobre abrojos clavado dichoso aún de mí
de pronto sorprendido del suave percance,
del dolor febril que late en la trabajada carne.
Ángel avaro nunca me protejas.
Dudoso abril dichoso sé mi ataúd y mi sala.
Los muertos fueron sin labios verbos sedientos,
bebieron de los óleos el agua que no era.
Náyade milagrosa, son de clavicordio, endulza mis llagas.
Otras heridas habrá que se cierren,
mas la mía se abre aún, no sé,
mas la mía se abre aún, no sé,
supura lejanos paraísos olvidados,
un atril, cera de cirios encendidos, un golpe de jazz,
un jueves que viniera decente y sin corbata,
avispado, sereno, tan justo como el filo de un sable,
exacto como un segundo, como un minuto enorme.
Nosotros, los vulgares elementos nocturnos, que hacemos
fácil un lunes de hermético traje descompuesto.
Náyade milagrosa son de clavicordio