Escribí poemas entecos
que ardían como teas
y siempre marrullero e impúdico
magreé las palabras.
Siempre he creído que ejerciendo de poeta
sobre mí se extendía
la más implacable persecución
porque sabía que a nosotros los ignorantes
(accede uno a la palabra y la maltrata)
se nos niega el pan
desde hace demasiados siglos;
y ha tiempo que dejamos de beber:
la sequía,
la sequía, gritaron los parias.
Y es que los míos (los míos, los nuestros, los suyos)
siempre poblamos con nuestra carne
las hermosas cunetas
que resaltan nuestro pasado
en una hondonada perfectamente
cómoda
de huesos hermanados.
El poeta sigue flaco,
escribiendo versos paranoicos
con ritmo a compasado.
Tic-tac, tic-tac, dicen los diarios.
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