miércoles, 30 de septiembre de 2020

Las primeras lluvias

Amanezco normalmente de un gris intenso*, casi quien a la par de otro, más o menos farraguas, después de la lluvia ha comenzado el aguacero. Si miras y ves llover. Con los ojos cerrados nunca llueve. La ropa húmeda, amollecida de tiempo. Somos nosotros, alfareros diáfanos los que damos forma al barro. Con estas premisas y estas persianas, tras ellas la noche, tras ella la barca de Caronte o el mar de Neptuno, tras ella el sueño. Pescador sin barca. Abreviado de aguas el ojo te mira. A estos enormes brazos que sostiene la noche le faltan estrellas. Son brazos muchos más fuertes que los del día. Yo regué hortensias con agua de lluvias. Era septiembre sin duda, y tal vez novias había en los neveros, ese temblor de los aguardientes, el áspero lamido de tu lengua junto al Miño. Mi garganta te evita, tu nombre me aleja de las ramas más altas. Muerdo tu hombro con hambre y te dejas. Mi padre era un héroe porque mojaba el pan en vinagre. Después se desnudaba y gemía ante el amor. Después del amor lloraba. Sigo sus pasos y ciego es el mensajero. Cuando atinas nunca aciertas. Las mujeres viejas son hermosas, llenas de vida o llenas de la vida. Una uva pasa dulce y deseada en el plato. Una uva pasa sobre el plato. Clítoris de luna. Sola y en tu boca. Hay un pavo real sobre la pared, pareidolia que sujeta tu vida. Pavonado de aires. Arena y cemento. Mortero para este ademán te citan desde las burlas y los burladeros. Algo tendrán que ver los cosos que te acosan. Mi alma. A este acantilado le falta vértigo. A este poema le faltan empujones. Si supieras que el toldo, el toldo que nos resguarece del otro, lo cosió una obrera en paro. Mi querida alma, cartón de nadie. A qué sol te refieres si sabes a tierra.

(*) Este verso es regalo de Mila Aleman

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