El ácido azul de las antenas
o los arcos triviales
primorosos
de los patios traseros.
El sueño como un arco de plata
tensado por dioses perdidos
bajo selvas sumidas
en los hielos eternos,
o cuando el hombre
sabe que a sus espaldas
se fragua una rendición sin piedad
ni condiciones.
Otro horror blanco y burgués
acogiéndose a la belleza fría
de pérgolas y azuladas glicinias.
La persistencia de la obsesión
equiparable a ese inolvidable beso frío,
a la caída de la tarde
bajo el perfume que exhalan
los últimos cedros tristes.
Y nosotros presenciando la escena
con los párpados ciegos e inútiles,
bambalinas bellas
que nos protegían del miedo.
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