Eres hermosa y secreta y en ti nacen después. No antes ni ahoras ni siempres. Después. Un después para siempre, para antes, para ahora, para qué. Eras tú un sí de mis después. En esa postura, en ese escorzo, abriéndote en ese ten. Ese después dispuesto. Un después de eternos siempres. Un casi amé de ti antes de que una luz de después te ensombreciera, una luz de sal. Un después de la luz que supuso tu último ven. El de los dos, como si los dos estuviéramos allí, en ese después, dónde el final era próximo a un final donde finales había para después de ti, para después de mí, mi final para otros después que de ti vendrían.
Eres hermosa y distinta como un transparente después. Como ese orgulloso final que nunca acaba. Dónde tú me besabas para después, para que dentro de un siglo tal vez, para que siempre tu después me atase a ti, para que tu boca me supiera aún a luego, a ese eterno vendré como de un regreso, en un después amaneciendo en mí para que vinieras siempre. Vas llegando. Sé que si vienes, estarás en mí. Y fue después de muchos besos, que con un dedo roto y dactilar regresé a tocar con su fractura, el final de ti, el final de después. Nunca hubo una mirada tan profunda e intensa como la mía. Aunque fue desde la zarzas. O dentro o después de ellas. Y la sangre era un después para morir, pues aprendí de ti tu luego. Enredándose en mi sangre como una vena de espinas.
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