a que das en el quid crucificado
sobre el yunque,
como un martinete desgarrado,
los bronces de arenas calientes,
el hierro forjándose;
¿dónde estás Tomás
a qué golpe se debe,
a qué sorbo se bebe
tu poema?
A que das en el pie que sujeta al árbol,
Tomás,
y caen redondas las hojas
como de un abril que brota
de tantos otoños como te tocó vivir
lamiendo el tronco de los árboles.
A que das en la tilde y se cae la palabra
y te echan de la percha
donde tu chaqueta inerte,
donde tu tela de pan
con sus bolsillos de aire,
tu chaqueta que estuvo colgada
lacia o laxa o seriamente muda,
en silencio,
durante años prendida
esperando a ser usada,
compartida,
comprendida;
a que te quitan la chaqueta
Tomás,
tus mangas vacías
de hombre que una vez
una sola y única vez,
se perdió para siempre.
Yo era un hombre que bebía rocío
pues mi sed provenía de la piedra
y la savia dolorosa de algún árbol.
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