Respeté la libertad de las golondrinas
y un día de paredes mezclé los nidos
en un intento hibrido de gorriones cercanos
que compartían alero próximo
bajo tejas templadas de barro rojo.
De su voluntad de vuelo nacieron
pájaros negros
que con piel de serpiente
fueron cayendo lentos en un pozo sin fondo.
Aquel atardecer fue perfecto y bajo las sombras
de higueras nobles quedaron las ruinas blancas
de un lejano trinar de aves incandescentes.
Yo era joven y alto y miraba siempre al cielo.
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