Con paciencia
o también con
rabia noble,
petroglifos hago
con la yema de
los dedos,
escarbo en la
arena
de las rocas
fáciles
que la vida
incitó a sobreponerse
a la erosión
antigua
del poema.
Y ahora, ya ves,
ando con una
piedra en cada mano
apretando el puño
al paso de esas
bestias
que amenazan la
posibilidad
de que yo vuelva
a tropezar
más de un millón
de veces
en la misma
piedra.
Y qué si no me
queda más que destrozar
mis zapatos mis
uñas y mis carpos,
en los tantos
errores que cometo
mientras miro
amanecer,
tus ojos,
el bosque,
la playa,
y desde aquí
hasta allí,
midiendo la
distancia
de la soledad del
hombre,
todo es madera
reducida
a un solo y único
grano de arena,
es decir:
nuestro universo,
aquel otro fuego
del que provenimos,
quemando
eternamente las palabras.
Concluyo: es así
como te amo,
hoy que me
encuentro solo
y tarde.
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