Como todas las tardes en las sombras ociosas
hay demoledoras figuras sumidas en grosero hastío
sometidas al sueño, los plazos, el tedio.
Allí he visto gente gimiendo por calles y plazas
en pos de aquél poema de Beckett:
"..quisiera que mi amor muriese
y que lloviera sobre las calles
por las que paseo llorando
por aquella que me creyó amar.."
Luego vociferaban en la noche,
cumpliendo así el rito
de quien acaba una promesa.
Las pérgolas se mueven siguiendo el temblor
absurdo de la luna,
y las glicinias envenenan
la mirada melancólica del poeta.
Las fábricas apagan sus motores,
exhalan un ronco sonido,
agonizan
pero nunca mueren,
reviven cuando acaba su vigilia,
y duelen de nuevo al iniciarse
una nueva jornada,
y así una razón de máquinas
impone al hombre
su periplo de miedos.
El agua gris,
los enormes edificios de vidrio ahumado
bajo la lluvia de abril.
Su primavera de caballos y acero.
El neón, transfigurando los rostros
sobre las aceras mojadas de la noche del hombre.
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