Verano del 66. Ella se llamó Amelia,
y su nombre con una maniobra hábil,
previa retirada de los nudos “a”
entre los que se encontraba encerrada,
y en juego grácil de anagrama:
se abrió miel.
Su nombre dejó hecho en mí
un panal de derramados hexágonos,
un templo caprichoso repleto de secretos.
Durante estos años dentro de él han cabido
la aspiración helada de la noche,
la ambiciosa carnalidad de la luna en su boca,
un perfumado pañuelo rojo.
El olvido que lleva impreso
4 comentarios:
Los dos versos finales son de antología, preciosos. No quiero ser exagerado pero me han dejado con la boca abierta, materialmente.
Abrazos.
Es que Amelia dio mucho de sí...literalmente hablando.
Gracias amigo Manolo. Un abrazo.
por azar o sin destino, con maniobras que desembocan en pañuelos perfumados su nombre Amelia sabe a dulce, contiene la palabra miel
es de bien nacidos ser agradecidos (dice el refrán...o el dicho...o lo que sea)
Es el último agradecimiento literario a Amelia, porque no pienso agradecerle más. Aunque efectivamente siempre le estaré agradecido. Por el bien del refrán. Qué sería de ellos sin personas que los dignificamos. Y algunas veces los desvirtuamos...
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