de manera imperativa
me hinqué en la tierra
busqué en su interior
un corazón ardiendo.
me hinqué en la tierra
busqué en su interior
un corazón ardiendo.
Eso no fue suficiente
para que el alma de los otros
dejara de incendiarse.
Busqué una carne joven
Busqué una carne joven
que equilibrara el peso
de mi cuerpo gastado.
de mi cuerpo gastado.
Una carne joven
que me distanciara de la muerte.
Una piedra eficaz
un sólo golpe
un atisbo
ese raudal de tiempo
cubierto de lápidas.
ese raudal de tiempo
cubierto de lápidas.
Después nosotros dos,
desveladas sombras
con sus temores,
los recelos dulces
de una mirada triste.
con sus temores,
los recelos dulces
de una mirada triste.
Nosotros dos aún,
a pesar de todo ese tiempo,
a pesar de todo ese tiempo,
acercándonos a la eternidad.
La piel es perfecta y perecedera
y tú y yo sabemos
que vendrán jóvenes azules
con barba y músculos.
Afilados colmillos de leopardos
druidas mudos y vates con careta.
Y todo será tan exacto
como un número impuro
encendiendo la noche de fuegos fatuos.
encendiendo la noche de fuegos fatuos.
8 comentarios:
Espléndido, Tomás y no hay vuelta de hoja. Recorres muchas vidas afines en tu poema. Me ha conmovido de priincipio a fin.
Muchos besos.
Esto me sugiere que la muerte siempre nos pilla inocentes y se alimenta de nuestra carne. Seguramente estoy a años luz de lo que has querido decir.
Besos.
Vuelta de hoja no sé, pero seguro que una vuelta de rosca sí se le puede dar al poema. Seguro.
Gracias por tus palabras, Isolda. Un beso.
Por qué vas a estar a años luz, Loli?
No, que va. Uno dice, y los demás también tienen derecho a interpretar y añadir su mirada.
Hay miedo a la muerte, en el poema. Y hay muchas muertes.
Besos.
No creo en la eternidad, pero si algo ha de quedar de lo que fuimos es el amor que pasa.
Ángel González.
Siempre tendremos miedo a la posible muerte del amor y a la certeza de la muerte enamorada. Conjuremos ambos temores con la poesía y el gerundio de amar: "Nosotros dos aún, a pesar de todo ese tiempo, acercándonos a la eternidad"
Pues a pesar de que Ángel González no crea en la eternidad,
yo procuro ser eterno. Y lo procuro, prolongando el amor que recibo, el amor heredado. Y también así conjuro temores.
De dónde vengo, sino de estas primerizas, azules
materias que se enredan o se encrespan o se destituyen
o se esparcen a gritos o se derraman sonámbulas,
o se trepan y forman el baluarte del árbol,
o se sumen y amarran la célula del cobre
o saltan a la rama de los ríos, o sucumben
en la raza enterrada del carbón o relucen
en las tinieblas verdes de la uva?
………………………
...no podéis existir sin ir muriendo
con el vestuario usado de la dicha.
Pero yo soy el nimbo metálico, la argolla
encadenada a espacios, a nubes, a terrenos
que rocas despertadas y enmudecidas aguas,
vuelven a desafiar la intemperie infinita.
-Pablo Neruda. “Eternidad”-
Y en esa eternidad nosotros dos aún, “Seamos servidores del amor / y jamás sus contables…
-Felix Grande-
Y todo será tan exacto
como un número impuro
encendiendo la noche de fuegos fatuos.
Gran final de poema. Apenas podemos sacarle unos decimales, por arriba o por debajo, a ese número impuro que siempre acaba en cero.
Feliz día, Tomás, por aquí la lluvia se aprieta contra las aceras.
Por aquí la nieve cae pero no cuaja, sopla viento. Buen día, Eloy.
Es cierto, acaba en cero. Siempre busco el verso número cero. El poema que cierre en cero. El cero lo contiene todo y significa nada.
Un abrazo, Eloy.
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