miércoles, 21 de septiembre de 2016

Paraíso

Recuerdo que con siete años azules y marrones
me bañaban dos jóvenes vecinas malvas y puras 
bajo una parra roja repleta de limones verdes
en una pila de granito amarillo tañida de piedra suficiente
como para soportar el sonido a campana
de mi cuerpecito de ala que sostenían
entre sus brazos de cantaros de carne y jarras de cristal.
Me lavaban y frotaban con jabón de altos eucaliptus
con su manos suaves y ágiles llenas de mil dedos
que auscultaban mis muslos o el final de mi espalda
y mi piel se iba perfumando de un olor 
que a mí me recordaba al de los membrillos
que sobre frutero de cristal transparente
perfumada el zaguán blanco de aquella casa.
Después arrojaban sobre mí para un clareo de lluvia
unos barreños de agua templada a los rayos del sol
que humildemente había ido dejando filtrar la parra.
Aquella parra de hojas lacias que siempre usaron
Adán y Eva para tapar sus sexos y los nuestros.
Y yo quedaba limpio excitado y complacido
abrazado a la dulzura de toallas
que encerraban dentro un paraíso.


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