Él ha parafraseado prosas que jamás contaron
con la venia del otro. Se apropió del nombre
que usó aquél y prestó el suyo
para fingir que era amado.
Deseó la belleza como abismo insondable
permanecer atento al horror de allí abajo
al misterio que agota todos los sentidos
le tenía presto y próximo al fracaso
naufragando creía en la felicidad eterna.
Él habla con amigos los días de diario
los festivos los deja al albur
de cicatrices renovadas y jóvenes.
¿Cómo es la mirada del que ve pasar
dispersas gaviotas (su graznido de estaño)
mujeres con blusas de primavera
trenes cargados de hombres y lluvia
bolsas de frutas y flores
llevadas por manos hacendosas y púdicas?
Celindas azules
pues las blancas se fueron
ardieron en la noche
su color ilumina los rojos tejados
de la encendida ciudad.
Y duda cuando dice su edad
piensa si no será él
el que se está expulsando
de esa infancia infinita.
El vaho del otro
el mismo vacío
el flujo de las olas
su fuego de agua
va grabando contra las rocas
los rostros
de todos los ahogados
en la ciudad de acero y hormigón
en la ciudad de perros y miedos
que ladran su aullido de cristal
cortando el rostro pétreo
de desnudos y valientes obreros
que drogándose al son
de músicas espurias
queman sus camisas
como antes aquellos otros
quemaron sus naves.
2 comentarios:
Creo que él, el otro, y el poeta, son la misma persona, Tomás. Besos.
Creo que yo debo ser los tres, casi cuatro. Y tanta gente no sé si cabe en poema.
Besos, Lola.
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