los solitarios ponen crespones negros,
dudan de tener otro pecho enamorado
al alcance del dolor del miedo o la ternura,
y se trasladan a tocar con la lengua
las alas de polvo de las mariposas,
muertas en su vuelo nupcial de primavera.
En medio de esta luz que es ciega y ligera,
cárdena la sombra vengativa,
pone al azulado hombre común
a jugar con la noche,
a exigirle que busque
entre sus prójimos desechos,
una lúdica amante con besos de oxígeno,
caliente y vengativa,
que le salven del horror y del silencio.
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