Mientras Béla Fleck se enreda en acordes de rosal
me sirvo un orujo de hiervas,
miro a través de la ventana
a un tal Woody Guthrie, que más allá del cielo,
aún vibra con su guitarra Machine Kills Fascists.
Fumo tabaco negro y seco,
siento un leve escozor en la garganta,
meso mi cabellera, paladeo un trago corto
del destilado hollejo
y repaso una revista de fotos
donde esa actriz de reparto a la que nombran Silke
ha taladrado sus pezones sonrosados,
gordos y sabrosos, con anillos de metal
que dejan en la boca una burbuja fría
atemporal y quirúrgica.
Veo que por el cielo de hoy viene
un genial suicidio de nubes de plata
estrellándose contra el granate atardecer:
impresionista óleo que no puedo compartir
con nadie.
Arde la luz quemándose en las miradas
y todo es vivo y perecedero.
Un libro de poemas sobre la mesa
deja caer versos de Rimbaud:
“…tus infantiles senos demasiado humanos
y demasiado dulces;..."
Pasean solas las mujeres esta tarde,
charlan entre ellas bajo los árboles del parque
y los niños alborotan en la arena.
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