Amasa barro. Pon
frente al rostro
que te mira y haz
que piense.
Una tela roja
manchada de sangre
pasa
desapercibida en la noche.
Pon un manantial
de savia y leche
en las fuentes
yermas que ella te ofrece
para lavar tus
manos.
Mira si eres tú
ese que canta
en la profundidad
del bosque
y no dudes de que
tu voz tiemble
ante la fuerza y
la soledad de la naturaleza.
Todo habrá
finalizado al final del día.
El otro aún te observa
y te habla:
“Nada de lo que yo amo es amado
llevo un limón azul entre los dientes
toqué el fuego desprendido
de los árboles que ardían bajo la lluvia.”
Abajo en la
ciudad nublada
se urdía un
crimen entre sábanas y semen.
Tras unas
cortinas un hombre llora
por una tristeza
de transeúntes
que nunca invade
su alma.
Pasan sobre él
sin detenerse
las risas de unas
muchachas
que se creen
felices
alborotando sus
cuerpos
frente a los
cafetines del barrio.
En esas ciudades
siempre hay un obrero
con su mariposa incierta
su chaqueta
proletaria
su herrumbre de alas
y un polen de
siglos libados
en la pobreza gentil
de sus bolsillos.
En esas ciudades se
convive
con una soledad que
va deslizándose
viscosa cual
serpiente erótica
entre los muslos
de la noche plácida.
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