martes, 6 de enero de 2015

Amasa barro

Amasa barro. Pon frente al rostro
que te mira y haz que piense.
Una tela roja manchada de sangre
pasa desapercibida en la noche.
Pon un manantial de savia y leche
en las fuentes yermas que ella te ofrece
para lavar tus manos.

Mira si eres tú ese que canta
en la profundidad del bosque
y no dudes de que tu voz tiemble
ante la fuerza y la soledad de la naturaleza.
Todo habrá finalizado al final del día.
El otro aún te observa y te habla:
“Nada de lo que yo amo es amado
llevo un limón azul entre los dientes
toqué el fuego desprendido
de los árboles que ardían bajo la lluvia.”

Abajo en la ciudad nublada
se urdía un crimen entre sábanas y semen.
Tras unas cortinas un hombre llora
por una tristeza de transeúntes
que nunca invade su alma.
Pasan sobre él sin detenerse
las risas de unas muchachas
que se creen felices
alborotando sus cuerpos
frente a los cafetines del barrio.

En esas ciudades siempre hay un obrero
con su mariposa incierta
su chaqueta proletaria
su herrumbre de alas
y un polen de siglos libados
en la pobreza gentil de sus bolsillos.

En esas ciudades se convive
con una soledad que va deslizándose
viscosa cual serpiente erótica
entre los muslos de la noche plácida.





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