Y golpeamos con palos el hueso del animal,
su calavera de duro hueso,
jabalí que comió bosque,
y así desencajamos los colmillos de matar
que debían ser para nosotros
fundamental amuleto
ya para siempre y a lo largo
de toda nuestra vida: monolito de Tycho.
Nada significan los bombardeos,
los busco con la mirada y el oído
y espero una bomba con resignada paciencia.
Murió en un bombardeo aquella a la que amé desesperadamente,
y fue tal vez nuestra desesperación causa de su muerte
y mi absoluta convicción de que las ruinas existen,
de que ella y yo morimos en un bombardeo diario,
nuestras bocas de beso llenas de tierra y fuego.
Mondrian!!, Kandisky!!,Picabia!!
gritaba desde los escombros
y mi boca era paisaje
escupiendo pintura sobre las telas
intimas de la muerte,
ese sudario que envuelve la vida,
para siempre, para que la muerte sepa siempre
de ese disturbio borroso del paisaje,
mil veces escupido sobre los amargos bombardeos,
¡Oh! monolito de Tycho.
Ahora aquellos amuletos de piedra negra
ruedan entre las hojas del bosque.
Nunca nos protegieron del miedo.
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