Cada noche hay un
ardid,
algo urdiéndose, una cábala,
que va
encendiendo el fuego
de todas nuestras
almas,
algo que luego se
alimenta
de esas cenizas
que dejan
las emociones
abrasadas.
Aventadas las
pavesas
de esta gran
hoguera,
su abono de
miedos,
tan sólo quedan
los restos
de seres humanos
calcinados
que por la noche
salen a compartir
su mirada fría
de escorias
apagadas.
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