Comprobar la decadencia personal
delante de un espejo
no le da derecho al espejo
a juzgar tus derrotas.
Además, ¿desde cuándo
el cómodo azogue
supo investigar en tu poesía
las causas del fracaso?
No se refleja el alma del poeta
en los vidrios colgados
de las escarpias fantasmas
de tu desvencijado recuerdo,
ni el traje de tu carne
sabe en qué bolsillo guardas
la historia de un desastrado amor,
ni en los cristales rotos
de aquellos vasos compartidos
hay el mínimo secreto
que nunca quisieron contar sus labios.
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