Entro en un bar. Buenos días, qué le pongo. Póngame un cuchillo. ¿Cómo? Un cuchillo. Quiero comprobar el temple de su filo, su compromiso con el corte de la carne. Si cuando llega al hueso sabe responder a la dureza que sostiene la vida. Los cuchillos que tengo en casa ya los gasté en heridas que cicatrizaron sin esfuerzo, dejando dentro el pánico cotidiano de los días. Póngame un cuchillo antes de que amenace a la clientela con un suicidio triste. Este tiempo de cuchillos al costado y por la espalda cada vez está más falto de verdad al corazón. Quiero un cuchillo que supere las encuestas, y mate limpiamente la mentira.
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