De dos en dos. A dos lenguas.
Y enredados de mejillas, lamo tu pelo
y hueles a pájaro húmedo.
Mimbre tensando mi avellana,
la dejo sobre el plato.
Rozo la piedra y con sus dientes
me abro la boca
dos a dos, como de la tuya
y hueles a vuelo,
y ya no estás,
trago mi lengua,
no hablo.
Lamo tu silencio,
y rompo la cáscara oscura del fruto seco.
He puesto primavera sobre la mesa,
sobre el mantel de comer los dos.
No hay nada hambriento sobre los platos
sólo mi avellana abierta,
dos a dos,
sus dos mitades
como bultos insignificantes de la carne,
rodando como fiel alimento sobre el cristal.
Mojas con saliva tu mitad,
a dos lenguas,
y en el fondo del plato hay lágrimas.
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