Tus ingles y las mías quebradas y dulces
se asaltan, pertenecen las unas a las otras,
se ocupan, languidecen
despojándonos de ellas
dándonos
con la urgencia del ladrón
la necesidad de otra belleza:
el tacto oportunista de las rosas,
la roca cubierta de besos,
el perfume infantil de las lágrimas
o los ojos inundados de fuentes.
El acuario azul de astros y jardines.
O los hombres acaso cobardes
sembrados en el mármol.
La antojada cosecha que amortiguas
en tus pechos. La genial siembra que
desde los muslos prolonga tu vida.
Nuestras quebradas ingles dudando
en el crepitado vaivén de la carne.
Se enroscan mis dedos a tus dedos,
trepadas y ansiadas sierpes.
2 comentarios:
Estás en plena vena poética. Dices mucho más de lo que escribes. Me parece precioso el poema y esa cala blanca haciéndose un hueco.
Besos para tus versos, Tomás.
La obligación del poema es, aparte de proponer, sugerir, Isolda. Y en esa "vena poética" estamos.
Y con respecto a la cala blanca, decir que no es tal. Como indica la etiqueta, es la flor de la Dieffenbachia.
Besos, como siempre.
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