Un hueso, un sólo y único hueso.
Una piedra y una madera.
Una mano que levanta el hueso,
una sola y única mano,
una sóla
que al hacerlo
le arrebata la muerte,
le devuelve la vida,
la única vida que siempre tuvo
aquel viejo y derribado árbol
arrastrado por la lluvia,
torrenteras de piedras
que lo fueron haciendo,
lacerando su médula
con la lentitud del dolor.
Una piedra y unas briznas de vida,
la que flota en cada bosque,
la piedra que golpea
nuestro hueso primordial.
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