Se me llena de
paciencia la espalda
y con un árbol de
niebla en los brazos
acarreo sobre
ella
grandes haces de
penumbra.
Miro en las ramas
más altas
pequeñas gotas
sostenidas
de agua en
equilibrio que caen
lentas y ya no son
nada.
Antes de tocar el
suelo
la beben los
pájaros,
pero entre las
hojas muertas
y la hierba
triste
corre un hilo de
fría agua
que me hace
recordar
que es la mañana
la que pone luz
a todas las miradas.
Si yo veo soy
menos ciego,
pero con los ojos
cerrados
me abraza un
hombre muy fuerte
que con sus grandes
manos
aligera mi
espalda del peso
de esta larga
sombra.
He arrojado un
trozo de madera
a la corriente de
un río.
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