Llega hasta mí la humedad
de las hojas muertas
ese dulce aroma de los cuerpos
sonando muertos cuando caen
apaciguados por el cardinal otoño.
No acaban aquí sino que empieza
a crepitar su carne de papel,
como la madera o la felicidad,
se hacen tiempo.
Ahora la nada toma cuerpo
y todo se agranda en el contrario.
El otro nos distingue.
Leo libros ocres y marrones
que luego regresan obedientes
a su aparente silencio
de baldas y anaqueles.
Hay en su carne de papel
un ruido de hojas muertas.
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