Todo empezó en una ceja.
Después el dolor de la sospecha
se trasladó a un costado
pues es en los costados donde anidan
mejor las desconfianzas.
Con el tiempo estaba seguro
que era cierto:
en aquella parte de su cuerpo
no sentía las caricias
y la ceja quedó arqueada para siempre.
Esta vez el dolor se situó
entre los dos ojos que con el tiempo
comenzaron a marcar una arruga
insistente en la frente: cuando pensaba
pensaba siempre en otros.
Un día lo encontraron caído y solo.
En franca minoría se muere siempre.
Murió con las manos metidas
en los bolsillos del pantalón
y una larga hilera de preguntas
manando como lágrimas de sus ojos abiertos.
Al retirar el cuerpo
se oyó un ruido de hojarasca
como la huida de insectos entre la basura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario