Este poema lleva una dedicatoria
para mi amiga Mercedes Acebedo, con afecto.
Esa vieja costumbre de alzarte sobre mis hombros
y quemar a besos mi nuca
ya quedó lejos
imposible que ahora pueda soportar
la belleza espontanea de tu gesto
ante la invasión de carcoma que roe
las maderas oscuras de mi carne.
Ahora tan sólo soy un viejo potro que carga
con un armario de puertas desvencijadas
y ventanas rotas. Hasta los bosques
se burlan de las maderas podridas de mis huesos
y cuando tú te subes a las ramas de mi sangre
tan sólo puedes besar la leña que crece en mis cabellos.
Pero aún puedo amarte desesperadamente
tomarte entre mis brazos y cansarte de amor
en el columpio de mis manos
como si un viejo roble amara a sus cenizas
después del fuego.
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