Buscaba una coartada que justificara el deceso y se desabrochó los cordones de los zapatos para bajar las escaleras de su casa, los cinco pisos que le separaban de la calle, y a la altura del tercero rodó por la escaleras. Murió con el cuello roto, dijo el forense. Sois inteligentes cuando sois malos, debe ser el peligro a la extinción del ego disolviéndose como una pastilla en el vaso de agua, o una cuestión de supervivencia lo que hace que se despierten los sentidos poco nobles. En estado normal de relajo y placidez, cuando sois buenos parecéis simples, y acude el tedio: no hay nada que defender que merezca la pena o algo por lo que jugarse el pellejo. Mire usted, algunos poetas no estamos contaminados por mucho que nos adulen los mediocres: seguimos haciendo una poesía digna. Y luego está Roberto Bolaño diciendo que en una reunión con veinte amigos escritores todos creían que pasarían a formar parte de la Historia Universal de la Literatura, esta cosa efímera que sirve para sacarse alguna espina de la nuca o una muela cariada de las vértebras de pensar cinturas. Siguen quemándose las hojas secas en hornos de cenizas que luego son arrojadas con cierta ceremonia sobre el mar, los campos. La Tierra está llenita de seres muertos que en vida ponían su alma a buen recaudo, en cuentas privadas o paraísos fiscales, queriendo trascender a un Adán que ya fue desahuciado. Esta noche golpeo las puertas con un zapato verde, los adoquines de las calles con un puño negro, y desde ese verdinegro prometedor, miro con ojos de aceituna un caballo blanco eternamente sin montura, que galopa desde hace miles de años los páramos, los bosques solitarios, buscando un jinete que sepa cabalgarlo. Fin de los barcos, anclados en puerto viven de la sed.
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