Hay demasiados notarios de la poesía. Yo diría incluso que no hacen falta notarios, de ahí que el problema de la poesía y sus largas colas en el mercado editorial, pueda derrumbarse, caer como cae un libro sin pena ni gloria de los estantes carcomidos: polillas y lepismas de paciencia, en dulce simbiosis de mohos, deglutiendo restos orgánicos: la harina y la cal del poema. Al fondo de la sala, sobre el buró de caoba, entre folios en blanco, un poeta llora amargamente. A sus pies un cadáver muerto, de lo que antes fue un insignificante cadáver vivo con posibilidades de salir adelante de todos los despachos de la gloria.
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