Tú escuchas lo que se dice en el despacho donde se reúne el enemigo y te ofendes, te escandalizas, se te desgarra la piel que usas para amar todos los días, y el alma de llorar que usas por la noche. Pero tú vives lo que se decide en esos despachos desde hace años, lo que te hacen a ti y lo que nos hacen a todos, y lo vives con cierta "naturalidad". Te levantas de la fosa cada día y acudes casi vivo al trajín de tu sangre. Lo hicieron tus padres y tus abuelos. Es un dolor acostumbrado. ¿Por qué conocer los detalles de lo que se dice en un despacho, a tus espaldas, para acabar contigo lentamente y de forma organizada, como así ha sido siempre el comportamiento del aparato del Estado y sus despachos, ¿te hace tan sensible? ¿De qué desgarro que no sabías te abres las vestiduras de la piel, las del alma? Conocer la trama donde oyes los detalles de cómo el Estado confabula contra ti, ¿te produce morbo? ¿Te sientes importante al oír cómo el enemigo da nombre a tu dolor, lo clasifica, y lo codifica y te hace cadáver? No hace falta constatar a través del audio, que tu oreja siempre supo escuchar. Lo sabes. Lo sabemos todo del enemigo, sin entrar en detalles. Tenemos dignidad sin necesidad de que ellos la pongan en duda. Por tanto una conversación conspiratoria contra la vida que llevas, no debería añadir nada a esta soledad de paria triste, incapaz de correr la cortina que muestra el rostro horrible de la fiera. Tu impotencia necesita el pulso templado de la vida, pues como dijo aquel que un día amó a Frida Kahlo, las revoluciones son momentos inspirados de la historia. Y si un día decides que no puedes más, cuenta conmigo y nos echamos al monte, en busca de otras tribus.
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