Si tuviera que
decir cuánto te quiero
ya no usaría los
dedos para contar los días
ni las manos
usaría para sentir tus venas.
Si tuviera que
decir cuál es mi deseo hoy
que acaba de
encenderse en el mundo
una vela, y un
barco con nombre de aire
surca las aguas
templadas del planeta
diría que estoy
solo porque nací solo
como tú naciste
sola y estas sola
o como la
humanidad no sabe
que su soledad de
todos nos duele
a ti y a mí
infinitamente.
7 comentarios:
Hay distintas maneras de vivir y entender la soledad. La soledad es "un hecho", como explica Octavio Paz. Pero también puede ser una "expresión ontológica" del ser humano, un sentimiento necesario y placentero. La soledad "cósmica", o la soledad obligada, nos resulta difícil de digerir. la soledad buscada y puntual es necesaria para encontrarnos con nosotros mismos y sentir todo lo que nos rodea.
Por último decir que en la intersección de dos soledades (como las de la foto), la soledad como hecho desaparece... Puntualmente.
Te dejo un beso y dos textos:
"Todos los hombres, en algún momento de sus vidas, se sienten solos. Y lo están. Vivir es separarse de lo que fuimos para acercarnos a lo que seremos en el futuro. La soledad es el hecho más profundo de la condición humana"
El labreinto de la soledad, Octavio Paz
La soledad es una expresión ontológica de nuestro ser. Se es más de lo necesario. Y el mundo, menos. Comenzamos a saber que es la soledad cuando oímos el silencio de las cosas. Comprendemos entonces el secreto sepultado en la piedra y despertado en la planta, el ritmo invisible de la naturaleza entera. El misterio de la soledad reside en el hecho de que para ella no existen criaturas inanimadas. Cada objeto posee su lenguaje propio que desciframos a silencios inigualables. La palabra inteligente siempre es una palabra solitaria. Sólo en soledad se siente la sed de verdad. Soledad. Es un sabor ácido del cual unos pocos se enamoran. La magnitud de un espíritu se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar.
Elefantiasis, Raúl Ariza
¡¡¡¡ Shandy !!!!
Dichosos los ojos que te ven. Pensé que te habías exiliado de “Folios Grapados”, cuanto tiempo. Veo que vuelves con comentarios “enjundiosos” y siempre llenos de “chicha”.
Se habla tanto de la soledad casi como del amor. Sobre el amor está todo dicho: no se ha dicho nada. ¿Qué puedo decir yo sobre la soledad, si estoy a favor del buen amor y en contra de la mala soledad? Seguramente tome partido y no sea justo en mis apreciaciones. Hay un amor bueno y un amor malo. Una soledad buena y una mala. Y tal vez esté confundido al nombrarlas como “buena” o como “mala”.
“El laberinto de la soledad” fue escrito por Octavio Paz en 1950 y desde entonces ha llovido sobre el hombre moderno un agua de inmortalidad y un dolor de industria en quiebra, que sin lugar a dudas nos enfrenta con otro laberinto de soledad que difiere del que en su día escribiera Octavio Paz.
En su laberinto Octavio Paz habla de distintos temas, que en general atañen a la vida de la gente mexicana. En el apéndice final, “La dialéctica de la soledad” habla casi a la par de amor y soledad. El tema da para mucho debate. Horas de charlas, días tal vez. Me referiré a lo que yo considero importante de la soledad, como código ontológico, y cómo no, en palabras del autor mexicano. Estas están sacadas del apartado “Los hijos de la Malinche”, dentro de su laberinto:
“Es notable que nuestras representaciones de la clase obrera no estén teñidas de sentimientos parecidos, a pesar de que también vive alejada del centro de la sociedad —inclusive físicamente, recluida en barrios y ciudades especiales—. Cuando un novelista contemporáneo introduce un personaje que simboliza la salud o la destrucción, la fertilidad o la muerte, no escoge, como podría esperarse, a un obrero —que encierra en su figura la muerte de la vieja sociedad y el nacimiento de otra—. D. H. Lawrence, que es uno de los críticos más violentos y profundos del mundo moderno, describe en casi todas sus obras las virtudes que harían del hombre fragmentario de nuestros días un hombre de verdad, dueño de una visión total del mundo. Para encarnar esas virtudes crea personajes 27de razas antiguas y no-europeas. O inventa la figura de Mellors, un guardabosque, un hijo de la tierra. Es posible que la infancia de Lawrence, transcurrida entre las minas de carbón inglesas, explique esta deliberada ausencia. Es sabido que detestaba a los obreros tanto como a los burgueses.
Pero ¿cómo explicar que en todas las grandes novelas revolucionarias tampoco aparezcan los proletarios como héroes, sino como fondo? En todas ellas el héroe es siempre el aventurero, el intelectual o el revolucionario profesional. El hombre aparte, que ha renunciado a su clase, a su origen o a su patria. Herencia dekromanticismo, sin duda, que hace del héroe un ser antisocial. Además, el obrero es demasiado reciente. Y se parece a sus señores: todos son hijos de la máquina.
-Sigue-
"El obrero moderno carece de individualidad. La clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana —lo que no ocurrió con el siervo— puesto que reduce todo su ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. El obrero pierde, bruscamente y por razón misma de su estado social, toda relación humana y concreta con el mundo: ni son suyos los útiles que emplea, ni es suyo el fruto de su esfuerzo. Ni siquiera lo ve. En realidad no es un obrero, puesto que no hace obras o no tiene conciencia de las que hace, perdido en un aspecto de la producción. Es un trabajador, nombre abstracto, que no designa una tarea determinada, sino una función. Así, no lo distingue de los otros hombres su obra, como acontece con el médico, el ingeniero o el carpintero. La abstracción que lo califica —el trabajo medido en tiempo— no lo separa, sino lo liga a otras abstracciones. De ahí su ausencia de misterio, de problematicidad, su transparencia, que no es diversa a la de cualquier instrumento. La complejidad de la sociedad contemporánea y la especialización que requiere el trabajo extienden la condición abstracta del obrero a otros grupos sociales. Vivimos en un mundo de técnicos, se dice. A pesar de las diferencias de salarios y de nivel de vida, la situación de estos
técnicos no difiere esencialmente de la de los obreros: también son asalariados y tampoco tienen conciencia de la obra que realizan. El gobierno de los técnicos, ideal de la sociedad contemporánea, sería así el gobierno de los instrumentos. La función sustituiría al fin; el medio, al creador. La sociedad marcharía con eficacia, pero sin rumbo. Y la repetición del mismo gesto, distintiva de la máquina, llevaría a una forma desconocida de la inmovilidad: la del mecanismo que avanza de ninguna parte hacia ningún lado”.
Sobre la soledad, pareciera que lo correcto, como en tantas cosas, y desde el invento de las clases, sea acudir a ellas, ya que parece ser que la soledad no “afecta” a todos por igual. Como ves, querida Shandy, hasta la soledad como sentimiento está manipulado, racionalizado con arreglo a unos intereses de clase. Un hombre vestido con uniforme (con este o aquel uniforme) se pasea ante nosotros, sobre vuela, nuestras cabezas.
¿El amor? Volviendo a ese apéndice de Paz, “La dialéctica de la soledad”, de donde procede el texto que me dejas:
“El lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar a la soledad con la pena. Las penas de amor son penas de soledad. Comunión y soledad, deseo de amor, se oponen y complementan. Y el poder redentor de la soledad transparenta una oscura, pero viva, noción de culpa: el hombre solo "está dejado de la mano de Dios". La soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación. Es un castigo, pero también una promesa del fin de nuestro exilio. Toda vida está habitada por esta dialéctica.
Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos. Nada tan grave como esa primera inmersión en la soledad que es el nacer, si no es esa otra caída en lo desconocido que es el morir. La vivencia de la muerte se transforma pronto en conciencia del morir. Los niños y los hombres primitivos no creen en la muerte; mejor dicho, no saben que la muerte existe, aunque ella trabaje secretamente en su interior. Su descubrimiento nunca es tardío para el hombre civilizado, pues todo nos avisa y previene que hemos de morir. Nuestras vidas son un diario aprendizaje de la muerte. Más que a vivir se nos enseña a morir. Y se nos enseña mal.
-Sigue-
“Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos un angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir será volver allá, a la vida de antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y, definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y morir, nacer? Nada sabemos. Mas aunque nada sabemos, todo nuestro ser aspira a escapar de estos contrarios que nos desgarran. Pues si todo (conciencia de sí, tiempo, razón, costumbres, hábitos) tiende a hacer de nosotros los expulsados de la vida, todo también nos empuja a volver, a descender al seno creador de donde fuimos arrancados. Y le pedimos al amor —que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer— que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto.
En nuestro mundo el amor es una experiencia casi inaccesible. Todo se opone a él: moral, clases, leyes, razas y los mismos enamorados."
-Sigue-
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“El amor no es un acto natural. Es algo humano y, por definición, lo más humano, es decir, una creación, algo que nosotros hemos hecho y que no se da en la naturaleza. Algo que hemos hecho, que hacemos todos los días y que todos los días deshacemos.
No son éstos los únicos obstáculos que se interponen entre el amor y nosotros. El amor es elección. Libre elección, acaso, de nuestra fatalidad, súbito descubrimiento de la parte más secreta y fatal de nuestro ser. Pero la elección amorosa es imposible en nuestra sociedad. Ya Bretón decía en uno de sus libros más hermosos —El loco amor— que dos prohibiciones impedían, desde su nacimiento, la elección amorosa: la interdicción social y la idea cristiana del pecado. Para realizarse, el amor necesita quebrantar la ley del mundo. En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio. La concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única que conocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección.”
Ya no me quedan fuerzas para discutir el texto de Raúl Ariza, el cual me parece más “poético” más personal y más subjetivo, que el de O.Paz, y en tanto al reto que esconden estas palabras: “La magnitud de un espíritu se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar.” Con cierta amargura irónica yo respondería que efectivamente, sobre todo si este espíritu trabaja ocho horas al día.
Y sobre este comentario tuyo: “Por último decir que en la intersección de dos soledades (como las de la foto), la soledad como hecho desaparece... Puntualmente.”, decirte que me parece algo malicioso, ese “puntualmente” condena a esa pareja a que su acto de entrega, su confluencia de soledades compartidas, sea inútil, ya que más tarde o más temprano y a pesar de su sincera entrega, volverán a su individualidad de solos como si estos sufrieran una condena a la que no pueden enfrentarse.
Besos. Añoro tu tardanza.
Caraaallo, Tomás!! Decirte que "mi soledad se siente acompañada" leyendo los magníficos textos que dejas en tu comentario. Gracias, he disfrutado leyéndolos. Horas y días para debatir sobre ellos.
Es cierto que Paz escribió su ensayo tiempo atrás y pensando sobre todo en la sociedad mejicana. Pero la mayoría de sus reflexiones siguen siendo universales e intemporales. Como lo demuestran los -bien escogidos por ti- primeros textos, para hablar de la soledad de la clase obrera. Muy interesante esa reflexión y que no podría ser olvidada por un irreductible militante troskista.
La elección de mis textos está más relacionada con el individuo, cierto. Y tu mirada es más social que la mía. Es de agradecer, sobre todo en estos tiempos.
Y un apunte sobre el adverbio "Puntualmente"... Nadie puede robarnos los instantes de eternidad vividos y compartidos, por tanto no son inútiles.
Besos, compañero
Ya. No son inútiles...puntualmente. Luego llegará cualquier adverbio con los pelos de punta y cara de pocos amigos trastocándolo todo. Los adverbios es lo que tienen, que son unos traidores. Los de tiempo, por ejemplo: "..hoy, mañana, siempre, nunca, jamás.." no te puedes fiar de ellos. Y los de lugar te dejan en medio de la nada para que te apañes: ...aquí, allí, ahí, acá, arriba, abajo, cerca...En fin, pon un adverbio en tu vida y tomarás decisiones. Acertadas o no.
Besos, Shandy. Compañera.
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