El maniquí vestido de novia
pasó la noche llorando.
Durante el día, una sonrisa pintada
iluminaba su rostro.
Su mirada muerta
buscaba un punto de luz
en el infinito.
Junto a él y su escaparate
otros transeúntes paseaban
sus derrotas en silencio.
Los que fuisteis perseguidos por el amor
sabéis que al final de las caricias,
como al final de todas las historias,
el mundo se deshace como cartón mojado.
Por eso los cuerpos malheridos
rehacen su grotesca figura de maniquí
alzándose en estatuas permanentemente frágiles.
Y cuando la asunción de soledad
se hizo vicio en ellas,
acudí solitario a un paisaje anónimo
que fuera como yo un lugar vacío.
Allí, eternamente paseo entre las estatuas:
su mirada fría de felicidad.
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