Desde la paciente soledad
de este universo en calma
aprendí a ser calmo,
a tener un ruido interno
a soñar sin mangas.
Conseguí una terca paciencia
durante gran parte de mi edad madura,
pero ahora, cercana ya la dorada piel de otoño,
comienza en mí un río, termina en mí también,
mas sus aguas no cubren lo suficiente
para que presa infranqueable
nadie me moleste. Debo soportar
de vez en cuando que impertinentes seres
pisoteen mis riveras,
y que pegadas al cuero de sus zapatos,
ellos, los unos, los otros, los cualquiera,
se lleven briznas de mi carne,
el borrador oscuro de un poema.
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