me aflojo el cinturón y pienso
con la tripa de comer
que el cerebro se alimenta
de recuerdos de un pasado
que nunca volverá.
Alimento mi pánico por tanto
con alimentos caducados
que nada aportan a este hambre
de querer ser un hombre noble
que supo estar en la vida
con la barbabilla alta
a esa altura justa para acomodar
la última bala.
Todo suicidio es lento,
tan lento como ver pasar primaveras
o el agua de los relojes
cayendo como pesadas campanadas
a esa hora justa
en la que las campanas
oscuras de la noche
alimentan un viejo y perseguido sueño:
cultivar flores aritméticas
en tiestos cóncavos
que sepan aportar a la luz
la vida secreta de los muertos.
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