Tengo un bajón de enervaduras. Una sequía en el estrato esponjoso del mesófilo, y llevo otoño allá donde llego como un bosque estremecido. Y en esa poquedad transciendo la vida hoja sobre hoja, en un inarmónico foliare innumerado de savia agónica sobre la que los amantes se anidan para dejar sobre ellas su deseo irrefrenable de tristeza muerta. Incluso a cada instante recurro al folio en blanco y su vértigo de lineas emborronadas para defoliar la carne enaltecida, el tierno veneno de los herbicidas. Y voy muriendo sobre el blanco, escama a escama: la escasez que me queda de aquellos encuentros en la floresta.
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