¿A qué hora se publica un poema
con garantías de Nobel en este manco mundo?
se preguntaba el ignaro poeta de la noche.
La playa se llena de un tropel de bañistas.
Los corazones de cada uno de ellos, también.
¿Asistimos a una orgía de febriles corazones?
Todos dependemos de una mirada,
del roce más o menos intencionado de un dedo
indicando las fechas mortales de los cuerpos.
Las cocinas del hambre se cierran a las doce
y después de ese hambre clausurada
nadie responderá a la gula febril de tanto miedo.
Esta tierra está llena de carne,
es una carne inocente y sola
desnudándose y abriéndose a cada instante
que sabe de un gusano primordial
y exigente. Se introduce en la boca
como una lengua se introduce en el sexo.
Abre tu ventana. Los armarios se cierran solos
como si dentro de ellos hubiera un espejo
de agua que empuja los deseos y las puertas
hasta las orillas y el azogue de los ríos.
Tras el espejo no existe nunca
una boca deseada que te haga compañía,
que musite: “Tú y yo, un solo y breve instante”.
Afuera está un hombre con los labios pintados,
su carmín es más exigente y preciso
que el estilete de todos los arcoíris
buscando la palabra, el arco y la herida.
Con las ingles marcadas de venas
sensuales, tensas y azules, te nombro:
"Soy el caudal que te lleva".
Un puño cerrado se oxigena sobre una almohada,
de su apretada soledad mana agua azul.
La lengua de los pájaros también tiene alas.
Las reses, las bestias, las acémilas,
duermen en camas de serrín y caoba,
son las cuadras sucias de la noche.
Hay un nácar perpetuo en cada forma,
lo lame un armiño de fuego
y con cada baba va dejando
una podredumbre de colmillos exangües.