martes, 4 de mayo de 2010

Viva la vulva

Sobre un monte que abandonó Venus
ellos, los otros,
escribieron con tinta
el nombre de una herida.
La nombran
pues diciéndola
la encuentran la hacen suya.
Su nombre dejan otros
sus fechas y su sombra.
Un nombre que jamás tuvieron.

Feliz y Dómine

Qué feliz cuando en tus dominios hay
insectos azules y rojos,
cuando en tus dedos persiste un enjambre
de abejas blancas,
qué feliz eres cuando en mis párpados
se enreda un hilo de nube
y tirando de él bajan ángeles,
qué feliz cuando en ti coinciden
las miradas de la humanidad.
Y ríes. Y siempre eres otra.

De "Añádase un vela al sol"

Pásale la mano a la tierra
frota los dedos contra el alba
piensa en los rostros que fueron piedra
pídele a la noche un vaso de luz
bebe de las minas el mineral arcano
disfruta con los ojos de cerezas y patios
pon alivios de rabia
sobre muros infranqueables y blancos.

Pásale la mano a la muchacha
por su cintura de aceite
súbela contigo al alto y oscuro desván
donde dormitan todos los recuerdos
ámala junto a viejos juguetes rotos.
Dale de ti ese olor a manzanas
que acumuló tu carne durante años.
Déjale un disfraz de amor y fantasía
una fácil cicatriz que pueda borrar
con la ceniza del último beso
con los recuerdos mudos del ruidoso
júbilo de amar.

lunes, 3 de mayo de 2010

De "Eyáculas"

Después de circundar con la punta de la lengua
el órgano sexual de él
ella dislocó el presagio del prepucio
arañando el hombro desnudo del muchacho
e hizo mutis sobre el vello de braille:
su pubis convulso fanático
se conmovió,
selló sus ojos con semen descubierto
en la oscura huella mineral del bálano:
cabeza abultada, glande túrgido y táctil ,
mano, dedos, labios y boca
lengua:
soldadura digital
sobre la carne uncida de su cuerpo.
Y tras el cristal transparente
sólo el aire.
El aire solo de la tarde
en el plexo solar de los muchachos,
donde el prado se extiende,
donde el musgo alardea
de rotos manantiales.

De "Huesos de Jibaro"


Republicano dolor

El ácido azul de las antenas
o los arcos triviales
primorosos
de los patios traseros.
El sueño como un arco de plata
tensado por dioses perdidos
bajo selvas sumidas
en los hielos eternos,
o cuando el hombre
sabe que a sus espaldas
se fragua una rendición sin piedad
ni condiciones.
Otro horror blanco y burgués
acogiéndose a la belleza fría
de pérgolas
y azuladas glicinias.
La persistencia de la obsesión
equiparable a ese inolvidable beso frío,
a la caída de la tarde
bajo el perfume que exhalan
los últimos cedros tristes.
Y nosotros presenciando la escena
con los párpados ciegos e inútiles,
bambalinas bellas
que nos protegían del miedo.