sábado, 19 de noviembre de 2011

Duermen los libros en nobles anaqueles

Llega hasta mí la humedad de las hojas muertas
ese dulce aroma de los cuerpos
sonando a silencio cuando caen
apaciguados por el cardinal otoño.
No acaban aquí si no que empiezan
crepita la carne como la madera
o la felicidad. Se abre paso en la noche.
Ahora la nada toma cuerpo
y todo se agranda en el otro.
Leo libros que luego regresan obedientes
a su aparente silencio de baldas y anaqueles.

Mis libros van y vienen
rodeados de miedo y también de temor,
siempre refugiados en nobles anaqueles
de escayola pintada.
Entran y salen,
sobran
se encienden
y luego quedan profundamente dormidos
dolidos y cansados. Esos libros
siempre haciendo cosas imposibles,
son el habla de los muertos
de mis muertos tranquilos
inocentes y libres.

Y caminé con ellos,
caminé
con tregua o sin ella
sabiendo que soy considerado
un signo galimático
con el que había que ser condescendiente
o una marca en la nieve
que había que ignorar.